vidas en la memoria

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¿Por qué contar historias?

Desde los inicios de mi formación, siempre intenté ir más allá de los límites del derecho. Me sumergí en la sociología jurídica y en la criminología. Conocí desde adentro las instituciones del Sistema Penal, y acompañé el proceso de reforma policial. No obstante, después de las Operaciones de Liberación del Pueblo (OLP), en 2015, las muertes por intervención de la fuerza pública incrementaron brutalmente, esto marcó un punto de quiebre en nuestros estudios sobre el Sistema Penal, así como en nuestros métodos: a partir de ese momento, comenzamos a hacer seguimiento de los saldos letales de estos operativos policiales militarizados, que cada tanto cambian de nombres, como históricamente ha sucedido en el país. La política de las OLP luego continuaría con la creación de la Fuerza de Acciones Especiales (FAES) de la Policía Nacional Bolivariana (PNB).

Las cifras oficiales disponibles hasta 2018 arrojaban saldos que no se habían visto antes, ni dentro de nuestras fronteras ni fuera de ellas. La sistematización de casos llevados a cabo confirmaban el horror. Artículos, investigaciones y denuncias públicas fueron y vinieron, pero parecían siempre insuficientes. Las víctimas son los nadies, los jóvenes racializados de los barrios, que no son sujetos ni para las instituciones del Estado, la oposición al gobierno, sectores de la sociedad civil, instituciones transnacionales ni medios de comunicación; las víctimas son sólo sus circunstanciales y efímeros, objetivos según la coyuntura. La vulnerabilidad socioeconómica de las víctimas y las razones ya descritas merman considerablemente su poder de visibilización. 

Pero, ¿quiénes son estos jóvenes?, ¿a qué se dedican?, ¿qué hacían en el momento de su muerte?, ¿cómo ocurrieron los hechos?, ¿todos estos casos son realmente enfrentamientos? ¿Cuáles vidas fueron borradas por la intervención de la fuerza pública?

La labor de investigación y de difusión nos llevó al contacto directo con las madres, hermanas, cónyuges que han sobrevivido a la pérdida de uno o varios familiares en circunstancias de uso excesivo, arbitrario e ilegal de la fuerza letal por parte de funcionarios estatales. Mujeres de este país, que así como tienen la necesidad de justicia y reparación, tienen también muy presente las historias de sus familiares asesinados, en la mayoría de los casos por el sólo hecho de ser jóvenes, morenos y vivir en un barrio.

Estas mujeres nos han enseñado mucho más que todas las teorías y métodos: ellas no son objetos de estudio, son compañeras, maestras, luchadoras incansables. Sólo al acompañarlas y hacer seguimiento de sus casos, pudimos aproximarnos, desde abajo y directamente, a la inconmensurabilidad de lo que estamos viviendo con la violencia policial de carácter letal en el país.

¿Y cómo abordas lo inconmensurable? La labor que hacemos en el Monitor del Uso de la Fuerza Letal en Venezuela implica sumergirse en miles de datos, noticias, variables, estadísticas, análisis legislativo, de políticas públicas, de casos. Es un proceso necesario para intentar comprender la realidad del fenómeno que abordamos. Pero el artículo y los espacios académicos, con sus formatos y límites, no son suficientes, se quedan cortos. Las víctimas de las intervenciones policiales se cuentan por miles al año, y todo pareciera terminar con una cifra, un número. Cifras que pueden servir de indicadores para detectar patrones, políticas, proporcionalidad, abusos, etc. Esta es una parte fundamental del trabajo, pero, tras la cantidad de datos hay vidas concretas, seres humanos a quienes las circunstancias sociales y personales pusieron en una situación de vulnerabilidad mortal. En cada unidad que compone esa cifra hay un drama humano enorme, tragedias, vidas que se borran como si nada, sin consecuencias para los responsables pero sí para las víctimas directas e indirectas que quedan con ese dolor a cuestas. Esto es parte de lo que estas valerosas y dignas madres nos enseñan en su lucha cotidiana. 

Contar la historia de sus familiares, mostrar quiénes eran, qué hacían, contar los hechos en los que se los arrebataron, es también parte de la búsqueda de justicia y reparación simbólica: no sólo necesitan las acciones institucionales correspondientes, también deben “limpiar” la memoria y el nombre de sus seres queridos. Estamos hablando de personas que el Estado presentó como delincuentes que murieron al enfrentarse con armas de fuego a los cuerpos de seguridad, siendo la realidad que en la mayoría de los casos nada de eso ocurrió, sino que murieron luego de ser detenidos, sin portar ningún arma ni mediar ningún enfrentamiento y, en gran medida, sin siquiera tener ningún vínculo con delitos. Lo que aún en ese último supuesto no justifica su asesinato, sino su detención y procesamiento penal correspondiente.

La desigualdad mediática entre el Estado y las víctimas de ejecuciones es enorme. No sólo pesan los prejuicios de clase y de raza impuestos, que generalmente estigmatizan y condenan a priori a quienes en estas circunstancias mueren, sino que el “poder de fuego” estatal también se hace sentir en el terreno de dar las versiones, que buscan justificar el accionar de los cuerpos de seguridad. Todo esto supone una gran disparidad –otra más– entre el aparato estatal y las familias víctimas del asesinato de sus seres queridos. La posibilidad de hacer valer su voz, de contar lo sucedido, de mostrar los hechos tal cual los vivieron, es considerablemente inferior a la de los victimarios. Dar espacio para que esto se exprese, darles voz, es parte del compromiso que tenemos con la defensa del derecho a la vida.

Para poder contar algunas de las historias pedimos auxilio. Primero hablamos con las Madres Poderosas, organización que hemos acompañado desde hace años, incluso antes de su nacimiento, y con quiénes tenemos estrechos vínculos. A ellas,  prestas y enérgicas como siempre, les encantó la idea.

Requeríamos entonces de otras herramientas que fueran más efectivas para transmitir esas dimensiones a las que no habíamos llegado antes, para ello necesitábamos de un equipo especial. Hablamos  con Héctor Torres, para ver si el grupo La Vida de Nos podía compartir con nosotros su experiencia contando historias. Él, más que dispuesto, me contactó con Erick Lezama, quién lideró a un maravilloso equipo de escritores. Así arrancamos esta enriquecedora e inédita experiencia.

Y así el equipo de La Vida de Nos –en conjunto con el del Monitor y las Madres Poderosas– aportó toda su experiencia. Ellos, quienes tras la máxima de contar la vida de todos en la historia de cada uno, hacen una brillante labor para mostrarnos el país que somos, a través de su gente y sus circunstancias. La sensibilidad, el arte y la seriedad con que han dado forma y expresión –tanto escrita como gráficamente– a algunas de estas historias, es lo que les presentamos en nuestro portal.

La defensa del derecho a la vida, el principio que motiva todo el trabajo que realizamos en el Monitor, implica también conocer y dar a conocer esas vidas. Pero mejor dejemos que Héctor Torres nos presente esta serie como corresponde.

Keymer Ávila
Monitor del Uso de la Fuerza Letal en Venezuela
Marzo 2023

Una vida no es solo una vida

Usamos con frecuencia la palabra “vida” pero rara vez caemos en cuenta de su magnitud. De sus implicaciones. Su casi infinito alcance. Una vida no es solo una vida. Es la esperanza, el asombro, la angustia, la fe en el futuro y el dolor que no cesa. Es la telaraña de afectos que se tejen en torno a ella a lo largo del tiempo. La vida de un hijo, por ejemplo, es ese camino que comenzó con su nacimiento. Es una suma de recuerdos y esperanzas. Y, también, de recuerdos que ya no serán y esperanzas que no se tendrán. 

Y de preguntas que nunca tendrán respuestas.

Por eso, por todo lo que no puede expresarse en los números, es que una vida segada no puede contenerse en una cifra. Ese es, precisamente, el trabajo de las historias: adentrarse tras ese velo de todo aquello que no se puede nombrar ni encerrar en una definición, para intentar darle forma a partir de algo tan desnudo y honesto como el relato de los recuerdos que cada persona deja a su paso. 

¿Qué se siente tras la muerte de un hijo? ¿Cómo se mide la impotencia y el dolor? ¿Cómo explicarle al otro, que ha comprado un juicio sesgado, que ese hijo muerto es, en esencia, el hijo de cualquier padre? ¿Cómo explicar que el dolor no tiene ideología ni color de piel ni condición social? Es ahí, en ese invisible terreno del corazón, en donde opera la literatura para decirnos lo que ya intuimos pero que solemos olvidar: todos los hombres son el mismo hombre, todas las madres, la misma madre. Para decirnos que el dolor no se acaba, pero que se puede hacer más llevadero acompañándonos con el recuerdo.

Ese ejercicio de verse en el otro, no a partir de conceptos, estudios, análisis fríos ni estadísticas, sino de las palabras, los recuerdos, las imágenes de la imprecisa memoria, es lo que hicimos para darle rostro al importante trabajo que lleva a cabo el Monitor del Uso de la Fuerza Letal en Venezuela, al llevar cuenta (contar es, precisamente, llevar cuenta) de esas vidas sepultadas bajo genéricos como “resistencia a la autoridad”, o “enfrentamiento a una comisión”. 

Mostrar qué hay más allá de los números, de los eufemismos. 

Recordarnos que la vida es esa cosa frágil que pende de un hilo, de un malentendido, de una política indolente, de un prejuicio social, de estar en el lugar equivocado en el momento equivocado.

Una vida es muchas cosas. Una de ellas, la historia que deja un nombre a su paso por este camino de incertidumbres. Estos testimonios ofrecen a madres, hermanas,  a deudos en general, la posibilidad de contar su versión del paso de aquellos que no están para contarlo.

Es lo que les queda de ellos: la memoria. Por eso lo cuidan con  tanto celo.

Héctor Torres
La Vida de Nos

Historias

Una torta para cantarle cumpleaños

En 2018 murieron 89 jóvenes a manos de las fuerzas de seguridad del Estado en Petare, el enorme conglomerado de barrios del este de Caracas. Tenían, en promedio, 27 años. Allí, en Petare, vivía el protagonista de esta historia. Estaba cumpliendo 27 años justo el día en que a la comunidad llegó la Fuerza de Acciones Especiales allanando casas con armas largas.

Erick Lezama

¿Tú quieres mucho a tu hermanito?

Cuando el 8 de enero de 2021 arreció la ráfaga de disparos en La Vega, el barrio enorme del oeste de Caracas, el protagonista de esta historia se fue de su casa a la de su madrina —que a diferencia de la suya era de ladrillo y no de zinc— para protegerse de una bala perdida. Hasta allá lo alcanzaron funcionarios de la Fuerza de Acciones Especiales de la Policía Nacional Bolivariana. “¿Quieres mucho a tu hermanito?”, le preguntaron con sorna. Raúl Castillo

Los únicos que pueden quitarles la vida

Guillermo José Rueda Parra quería ser ingeniero. Mientras comenzaba la universidad, le dio rienda suelta a su afición a las motos: hacía piruetas sobre dos ruedas, cosa que a su madre le angustiaba. El 12 de diciembre de 2017, cuando la Fuerza de Acciones Especiales llegó a su casa, el joven estaba a 9 días de cumplir 21 años y ya tenía el firme propósito de construir una familia.

Mariano M. Puigvert

Una fosa prestada sin lápida

Moreno, delgado, de 1,70 centímetros de estatura, el protagonista de esta historia trabajaba como cauchero cerca de la redoma de La India, en El Paraíso; y vivía cerca, en La Vega, uno de los barrios más grandes de Caracas. En algún momento se fue a trabajar a Colombia, pero regresó porque extrañaba a su madre. Estaba con ella cuando el 8 de enero de 2021 la Fuerza de Acciones Especiales (FAES) llegó a la comunidad, junto con otros cuerpos de seguridad del Estado, para producir una masacre.

Kaoru Yonekura

Le debió comprar ropa para su funeral

Genyill Chacón vivía en Las Minas de Baruta y planeaba irse a España con su hija, donde quería comenzar una nueva vida. Le prometió a Rosa, su madre, que trabajaría para enviarle dinero para que pudieran reencontrarse cuanto antes. Una noche, todavía en Venezuela, se acostó a dormir, y lo despertó horas después un escándalo que hacía la Fuerza de Acciones Especiales. Le preguntaban dónde estaba el dinero.

Kevin Meleán

Cuatro palabras como disparos

Un día de 2018, la Fuerza de Acciones Especiales de la Policía Nacional Bolivariana entró a la casa en la que vivía el protagonista de esta historia. Echaron todo abajo. Esa vez, el allanamiento no pasó a mayores, pero en la familia quedó el miedo de que volviera a suceder y tuvieran un saldo que lamentar. Por eso, la madre mandó lejos a sus hijos. Pero un día estaban de visita y aquel miedo, se transformó en una pesadilla. Raúl Castillo

No mataron a un perro, mataron a mi hijo

No es posible conocer cuántas personas murieron en 2019 por intervención de la fuerza pública, porque no hay estadísticas oficiales al respecto. El Monitor del Uso de Fuerza Letal en Venezuela registró, ese año, unos 3 mil 206 fallecidos por estas causas, 36 por ciento de los cuales se debieron a la actuación de la Fuerza de Acciones Especiales (FAES) de la Policía Nacional Bolivariana (PNB). Uno de ellos es el protagonista de esta historia, quien viajó de Irapa, un pueblo pesquero del estado Sucre, a Petare, en Caracas, para estar en el nacimiento de su hija.

Erick Lezama

Búscalo en El Llanito

Barbero, rumbero, basquetbolista y padre adolescente de tres: a sus 25 años, Cristian Charris había vivido intensamente. Lo estaba celebrando con entusiasmo cuando al barrio llegaron los funcionarios de la Fuerza de Acciones Especiales (FAES) de la Policía Nacional Bolivariana (PNB). Iba de regreso a casa cuando, al verlo, le pidieron que se pusiera de rodillas. “No me maten, tengo hijos”, gritó él.

Lizandro Samuel