¿Tú quieres mucho a tu hermanito?

¿Tú quieres mucho a tu hermanito?

Raúl Castillo

Cuando el 8 de enero de 2021 arreció la ráfaga de disparos en La Vega, el barrio enorme del oeste de Caracas, el protagonista de esta historia se fue de su casa a la de su madrina —que a diferencia de la suya era de ladrillo y no de zinc— para protegerse de una bala perdida. Hasta allá lo alcanzaron funcionarios de la Fuerza de Acciones Especiales de la Policía Nacional Bolivariana. “¿Quieres mucho a tu hermanito?”, le preguntaron con sorna.

Fue su mamá quien tomó la decisión: para evitar que funcionarios de la Fuerza de Acciones Especiales (FAES) de la Policía Nacional Bolivariana (PNB) entraran otra vez a su casa y los mataran, los mandó a él y a su hermano Pedro a La Yaguara, a casa de una hermanastra, a varios kilómetros de distancia de La Vega, donde vivían. 

Como hay decisiones de madre que no se someten a discusión, y menos cuando eres menor de edad, Jorge acató la orden. No había hecho nada malo, pero sabía que en el barrio no hacen falta motivos para que la policía te dispare. Así que tomó sus cosas y se fue. 

Era 2018 y estaba por cumplir los 18 años. 

Atrás dejó sus días en compañía de su mamá y de sus dos hermanas. 

Días antes, un joven del barrio había robado a un hombre de la zona que, según decían los vecinos, era un político del gobierno. Alardeando de sus contactos, el hombre llegó a la zona con una comisión de la FAES. Entraron a las casas buscando a los culpables del robo o, más bien, señalándolos directamente: ingresaban, rompían todo lo que veían y se iban con las manos vacías. Agarraron a un grupo de jóvenes menores de edad. Entre ellos, Jorge y Pedro. Al final, dieron con el que había robado, pero el hombre, resentido, juró que todos se la iban a pagar. Así las cosas, la solución que encontró su mamá fue sacarlos de La Vega. 

Para la gente del barrio, solo dos cosas explicaban que salieras ileso después de que funcionarios de seguridad del Estado entrasen a tu casa: tenías un familiar policía o tenías muy buena suerte. 

Jorge creció en una familia sin policías. Ana, como llamaremos a su madre, trabajaba en una farmacia mientras que Nerio, nombre que le daremos a su papá, se ganaba el sustento en un taller mecánico. Criaron a sus hijos —a  quienes les diremos Jorge, Karen, Pedro y Celeste— bajo el mismo techo y paredes de zinc. Los días más alegres eran cuando iban juntos a la playa. Las carencias económicas no impidieron que fueran felices, aunque siempre tuvieron esa sensación de que estaban para mejores cosas. 

Vivían en La Vega, uno de los barrios más grandes de Caracas. Allí compartían callejón con una madrina a quien querían más bien como una tía.  Digamos que se llamaba Delia. Jorge y sus hermanos desconfiaban de José Luis, el hermano de Delia, quien sufría de esquizofrenia. Y le tenían miedo: cuando Karen era una niña, él se bajaba los pantalones y le enseñaba sus partes íntimas. Otras veces, se quedaba mirando a los niños mientras dormían. Ella, temerosa, le contaba a todos pero nadie le creyó, pues pensaban que eran inventos de niño. Hasta que un día, cuando lo descubrieron, Ana puso la denuncia en la policía. Funcionarios se lo llevaron, pero luego de unos meses lo devolvieron a su casa por su enfermedad mental. Por eso cuando Jorge creció, le advirtió que con Celeste, su hermana menor, no se metiera. 

Si se metía con alguno de ellos, lo llamarían “loco”.

Porque a José Luis no le gustaba que lo llamaran “loco”. 

En noviembre de 2020, Jorge regresó a su casa en La Vega a vivir con su mamá y sus dos hermanas. Pedro se fue con otra tía a Barlovento. Faltaba poco para la Navidad; querían estar juntos otra vez, como cuando eran niños, así que quedaron en reencontrarse ese diciembre en La Vega. Lo hicieron de ese modo: volvieron a estar todos juntos. Pero Ana y Karen le pusieron como condición que pasara el menor tiempo posible en el barrio: todavía temían que la FAES entrara de nuevo a su casa y que, esta vez, lo mataran. 

—Trabajas y estudias en el día, y en la casa te quedas solo para dormir —le dijeron.

Y eso hizo. 

Pero a veces es difícil sortear la mala suerte. 

Los primeros días de 2021 transcurrieron en medio de tiroteos. Sabían que eran los malandros: desde hace días se rumoraba que la megabanda de la Cota 905, la más peligrosa de Caracas, estaba tomando La Vega. Karen le pedía a Jorge que regresara a La Yaguara. Le explicaba que las cosas solo irían peor si llegaba la policía. Una y otra vez, él se negaba:

—No me voy a ir, porque yo no he hecho nada malo —le respondía.

Siguió celebrando los días con su familia. En la noche del 6 de enero, en el cumpleaños 13 de Celeste, mientras reían recordando momentos de su infancia, sonaron varios disparos. Pedro, como le gustaba bromear, le dijo a Jorge que se preparara porque ahora sí había llegado la policía y que, menos mal, él se iría en dos días a Barlovento.

Todos se rieron. Dentro de todo, estaban felices.

Planeaban ir a la playa el 8 de enero. En el mar recordaban los días más felices de la infancia. Pero como Ana se negó, y no hubo forma de convencerla, cancelaron el plan. 

Y ese viernes 8 de enero Jorge despertó junto a su mamá y a su hermana menor. Desde hace algún tiempo que no acostumbraban hacerlo, pero la noche anterior habían decidido dormir abrazados. Sentía que, de esa forma, apaciguaría los nervios de su mamá, debido a los tiros que no dejaban de sonar en el barrio. 

Ella se despertó temprano y se fue a trabajar a la farmacia. En algún momento de la mañana empezaron a escuchar detonaciones, disparos, bulla: Jorge llamó a Karen para que viera lo que le parecía una película de acción: malandros armados corrían hacia la parte alta del barrio mientras patrullas de la FAES los perseguían. 

En ese momento no lo sabían, pero en las redes sociales ya se hablaba de un operativo policial y militar para atrapar a los delincuentes integrantes de la banda de la Cota 905. Se trataba de un despliegue del Estado a pesar de que cuatro meses antes, en septiembre de 2020, la Misión de Determinación de Hechos para Venezuela de Naciones Unidas recomendó en un informe cesar las operaciones de seguridad de gran escala como esa, por haber ocasionado ejecuciones extrajudiciales.

Jorge estaba tranquilo: como no había hecho nada malo, no tenía motivos para salir corriendo de su casa y huir. Pero, por precaución, decidieron juntar sus documentos. La cédula y unas fotos de sus carnets de la universidad de Jorge y de Karen. Ambos estudiaban artes audiovisuales en una universidad pública. Pensaban que si veían que eran estudiantes, no los matarían. También, para evitar ser impactados por una bala perdida, los dos varones acordaron ir a la casa de su madrina, en la parte baja del callejón, porque esa casa no era de zinc, como la de ellos, sino de bloques. Y Karen se quedó con Celeste mientras terminaba de preparar las arepas del desayuno para luego comer todos juntos.

—Quédate tranquila, que todo va a estar bien —le dijo Jorge a Karen.

Y se despidieron con un abrazo. 

Jorge de niño siempre evitó los problemas. El “gordo”, como le decían —su contextura cambiaría con el tiempo, pero el apodo se quedó para siempre—, era el más noble de los hermanos, el de las buenas notas en la escuela, el confidente de su hermana Karen, el que tenía mano de artista por los dibujos que aprendió a hacer desde niño sin que nadie lo ayudara. El favorito de mamá, según la mirada a veces celosa de sus hermanos. El que soñaba con ser basquetbolista de los Cocodrilos de Caracas. 

La madurez le llegó de golpe, antes de lo previsto, imponiendo cambios. Terminó arrimándose a otra vida. Cuando tenía 13 años, su papá murió y tuvo que asumir el rol de “hombre de la casa”. A los 16, dejó el liceo para trabajar como ayudante en un taller mecánico, aunque después de unos meses retomó sus estudios los fines de semana hasta culminar el bachillerato. Con el poco dinero que ganaba, ayudaba a su mamá a llevar el pan a la casa. A su hermano Pedro, tres años menor, lo protegía como si fuese su hijo. Una vez se prometieron cuidar a sus hermanas, aunque no vivieran bajo el mismo techo. 

Aunque la nobleza seguía allí, solía sonreírle menos a la vida; era como si por momentos le tuviera rabia. Pero nunca dejó de darle todo a su familia.

Un día hizo algo que le pesaría de por vida: robó un carro en complicidad con uno de los chamos del barrio. La ficha policial dice que fue el sábado 26 de mayo de 2018 cuando ingresó a la sede de la Policía Nacional, en San Agustín. Tenía 17 años. Salió en libertad un mes después, sintiendo remordimiento por haberle fallado a su familia, y con la promesa de no volver a los malos pasos. 

Quería una nueva oportunidad porque, pensaba, ¿quién no tiene derecho a rectificar?

Como sus sueños también cambiaron con el tiempo, en 2020 le dijo a su hermana Karen que lo ayudara a entrar a la universidad. Quería ser DJ. Entonces optó por un cupo y fue seleccionado. Se ganó el cariño de varios de sus profesores. Pensaba que cuando terminara la pandemia de covid-19 y retomarían las clases presenciales, estaría en los salones de clases con sus compañeros. 

De a poco, empezó a sentir que había encontrado su camino.

Apenas pasaban las 11:00 de la mañana cuando tocaron la puerta de la casa de la madrina. Allí estaban Jorge; Pedro; Delia y Alejando, su esposo; y los sobrinos de ella: Dayana, de 18 años, y Yonfre, de 11.

Lo que ocurrió fue tan violento como rápido. 

Alejandro abrió la puerta y, de inmediato, un funcionario de la FAES los apuntaba a todos. Vestía con un uniforme camuflado beige y una capucha que cubría su rostro. Le dijeron a Alejandro que si no se iba lo matarían a él también. Y los sacó a todos a empujones con la ayuda de otro funcionario, quien los apuntaba desde afuera. A todos, menos a Jorge y a Pedro. 

Los querían a los dos, como si supieran algo más de ellos. 

Como si los hubiesen visto correr con los malandros.

Los pusieron de rodillas. Como Yonfre estaba escondido debajo de la cama, Jorge advirtió al funcionario para que lo dejara salir. No le importó que fuera un niño: le gritó, lo insultó y le pidió que se saliera. Jorge intervino de nuevo para que lo dejara salir junto con Pedro, porque ambos eran menores de edad. El funcionario dejó ir a Yonfre y le preguntó con sorna a Jorge: “Ah, ¿tú quieres mucho a tu hermanito?”.

Al menos 10 minutos después, sonaron varios disparos.

Ese mismo día, la Fiscalía Nonagésimo Cuarta Nacional en Materia de Protección de Derechos Humanos del Ministerio Público ordenó abrir una investigación para determinar cómo sucedieron los hechos.

En su comparecencia del 2 de febrero, Karen explicó que dos funcionarios de la FAES le gritaron para que abriera la puerta y, una vez adentro, la apuntaron con unas pistolas y la insultaron. Contó que el que daba las órdenes era el más violento. Que al salir de su casa, donde ella se encontraba solo con su hermana Celeste, fueron hacia donde vivía José Luis, un hombre esquizofrénico hermano de su madrina. Le ordenaron lanzarse al suelo. Ella, para evitar que le hicieran daño, les advirtió que él estaba loco.

Pero a José Luis no le gustaba que lo llamaran loco. 

“¿Tú quieres ver quién está loco?”, le dijo a Karen. Entonces, señaló hacia la casa de Delia, donde estaban Jorge y Pedro. 

“Allá están los malandritos, que son los hermanos de ella”, le dijo a los policías. 

De inmediato, uno de los funcionarios la jaló por el cabello, la golpeó con la culata de la pistola y la llevó arrastrada hasta el portón de la casa de su madrina para que abriera la puerta. Sin nada más que hacer, ella los dejó pasar. Luego, a los empujones, la llevaron a su casa y no la dejaron salir. Le quitaron el teléfono, y cuando intentó mostrar las cédulas de sus hermanos, las tiraron al suelo sin siquiera verlas. 

Solo bastó con la palabra de José Luis para dar rienda suelta a la decisión de matarlos. 

Recuerda lo que para ella era evidente: que simulaban un enfrentamiento. Disparaban al aire. Nadie les devolvió ni un solo tiro. Recuerda, también, que después de los disparos el funcionario menos violento reconoció que Jorge y Pedro eran inocentes, pero que ese era su trabajo.

Karen también explicó en su comparecencia ante el Ministerio Público que después de unas horas vio desde su casa que los dos funcionarios, con la ayuda de un tercero que llegó después de los disparos, cargaban un cuerpo envuelto en una sábana sin manchas de sangre. Ella sabía, porque algo se lo decía, que ese era su hermano Jorge.

Alejandro y Dayana, otros de los testigos, explicaron que cuando ellos salieron de la casa, Jorge y Pedro estaban vivos.

Pero según la versión oficial, nada de eso sucedió. 

El acta de la Policía Nacional Bolivariana (PNB), a la que pertenece la FAES, con fecha de 11 de enero de 2021, asegura que cuando llegaron al barrio, los atacaron con ráfagas de disparos. Que dos de ellos corrieron y se escondieron en una casa. Que al entrar, estos los atacaron y que para defenderse, respondieron con disparos. Que se trató de un enfrentamiento, aunque ellos salieron ilesos. Quizá para avalar su improbable teoría, mencionaron que luego de una investigación determinaron que Jorge tenía antecedentes penales.

El levantamiento del cuerpo, realizado el sábado 9 de enero de 2021, reveló que Jorge murió a causa de un shock hipovolémico por herida de arma de fuego en el tórax. En otras palabras, murió porque perdió demasiada sangre, hasta que su corazón dejó de latir. 

El disparo entró por la parte izquierda de su pecho y salió por la espalda. La bala le fracturó los arcos costales, le perforó el pulmón izquierdo y el corazón. La conclusión del peritaje fue que se encontraba con el torso expuesto a su tirador, a unos metros de distancia, quien tenía el arma empuñada directamente hacia su objetivo. 

Es la confirmación de que a Jorge le dispararon a quemarropa. 

A Pedro le dieron cuatro disparos. ¿Se ensañaron con él para torturar psicológicamente a Jorge? ¿Por eso le preguntaron si “quería a su hermanito”? Nadie, salvo los funcionarios de la FAES, conoce la respuesta.

Hasta el 9 de enero Karen no supo dónde estaban los cuerpos de sus hermanos. Ese día recibió una llamada: le dijeron que estaban en el Hospital Pérez Carreño. Fue y le confirmaron que Jorge llegó sin vida y que Pedro falleció en la morgue a las 2:00 de la madrugada.

La versión oficial dice que ambos murieron en el Hospital Pérez Carreño.

En 2021, la organización Monitor del Uso de la Fuerza Letal en Venezuela (MUFLVEN) registró 1 mil 449 muertes por intervención de la fuerza pública en todo el país, 37 ocurrieron en La Vega. En 28 de estos últimos casos, al igual que Jorge y Pedro, estuvo involucrada la FAES. 

Desde entonces, sus familiares viven expectantes, pero sin hacerse falsas ilusiones. 

No solo porque no creen en el sistema de justicia venezolano, sino porque prefieren cerrarle la puerta al pasado. Porque, al fin y al cabo, saben que nada ni nadie les devolverá a Jorge y a Pedro.

Pero en Madres Poderosas, una organización conformada por mujeres que reclaman los asesinatos de sus hijos a manos de funcionarios policiales venezolanos, han encontrado un motivo para seguir exigiendo justicia. Entre todas se apoyan y han logrado avances en el caso, como lograr que la Fiscalía buscara testigos y evidencias. También lograron, un año después de los asesinatos, que les entregaran una copia del expediente para saber cómo mataron a Jorge y a Pedro… o por lo menos cómo dice la policía que fue. Y que la Fiscalía ordenara la protección de la familia de las víctimas por parte de las Brigadas de Acciones Especiales del Cuerpo de Investigaciones Científicas Penales y Criminalísticas, aunque nunca se ejecutó. Hicieron reconocimiento facial de uno de los presuntos responsables, pero no coincidía con sus descripciones.

Cuando sentían que el proceso avanzaba rápido, cambiaron al Fiscal y desde entonces notaron que la investigación se paralizó, como si hubiera quedado en el olvido. Dos años después, los responsables no han sido capturados.

También buscan la detención de José Luis, el vecino con esquizofrenia. Porque sin Jorge y sin Pedro para protegerla, temen que le haga daño a Celeste. 

Y porque de vez en cuando, cuando los lloran, les recuerda que la FAES los mataron.

Los nombres de los personajes de esta historia fueron modificados para resguardar sus identidades.

Esta historia fue desarrollada por La Vida de Nos en alianza con el Monitor del Uso de Fuerza Letal en Venezuela. Agradecemos el apoyo de la organización Madres Poderosas.