Le debió comprar ropa para su funeral
Le debió comprar ropa para su funeral

Kevin Meleán

Genyill Chacón vivía en Las Minas de Baruta y planeaba irse a España con su hija, donde quería comenzar una nueva vida. Le prometió a Rosa, su madre, que trabajaría para enviarle dinero para que pudieran reencontrarse cuanto antes. Una noche, todavía en Venezuela, se acostó a dormir, y lo despertó horas después un escándalo que hacía la Fuerza de Acciones Especiales. Le preguntaban dónde estaba el dinero.

Como hacía todos los días sin falta, Genyill Chacón estaba visitando a su madre, en El Naranjal, una urbanización de clase media del sureste de Caracas donde vivía. Ese martes, 11 de junio de 2019, veían juntos la televisión. Acababa de comenzar el programa de entrevistas “Vladimir a la una”, y el conductor hizo un comentario sobre las denuncias de presuntas ejecuciones extrajudiciales cometidas por funcionarios de la Fuerza de Acciones Especiales (FAES), un cuestionado órgano de la Policía Nacional Bolivariana (PNB): hombres armados, vestidos de negro, con los rostros cubiertos por capuchas o máscaras de calavera, llegaban a comunidades desfavorecidas del país, en una suerte de gran pesca de arrastre que pretendía “acabar con la delincuencia” matando gente. 

Genyill los había visto de cerca en Las Minas de Baruta, el barrio donde vivía. 

—Hay que tenerles miedo, se la pasan metidos en Las Minas —comentó.

Rosa, su madre, de inmediato le preguntó si alguna vez lo habían abordado.

—Yo los veo y paso tranquilo, porque no les debo nada —respondió Genyill.

No le gustaba que su hijo viviera en Las Minas de Baruta, un barrio a pocos minutos de su casa que, según escuchaba, era peligroso. Pero ante su respuesta se quedó callada. Se consolaba pensando que, desde que él se mudó solo, nada le había pasado. Y, madre al fin, entendía que los hijos tienen derecho a buscar su propio camino, hacer su propia vida. 

 Genyill Chacón comenzó a frecuentar Las Minas de Baruta a sus 18 años. Él y Manuel, un viejo conocido de su infancia, bajaban en sus motos desde El Naranjal a las fiestas que hacían en Las Minas. Así forjaron un lazo muy fuerte. Pasaron a considerarse hermanos. Si uno necesitaba dinero el otro le prestaba; compartían confidencias y se aconsejaban mutuamente. 

Podría decirse que se acompañaron a crecer. 

Genyill recomendó a Manuel en la multinacional de alimentos en la que trabajaba, y terminaron siendo compañeros de trabajo. Manuel, por su parte, le aconsejó que sacara una carrera universitaria; y él le tomó la palabra: egresó como ingeniero en sistemas de la Universidad Alejandro de Humboldt.

Un día, Genyill, a sus 26 años, recibió una noticia que lo sorprendió: Susana*, su pareja desde hacía 8 años, estaba embarazada. Al enterarse de que iba a ser abuela, Rosa se puso a llorar.

Genyill fue el segundo de los cuatro hijos de Rosa Pérez. Ella misma los enseñó a jugar fútbol, pelotica de goma, chapita… a Genyill lo inscribió en béisbol a los 6 años y alentaba su sueño de ser un pelotero profesional. Siempre le decía que tenía que comerse toda la comida para que creciera, “porque en las Grandes Ligas no aceptan muchachos chiquitos”. 

Además de béisbol, el niño aprendió otros deportes. Fútbol, baloncesto, natación. De grande, jugó sóftbol y, en cada partido, en cada competencia, ahí estaba su madre haciéndole porras. El papá, en cambio, era una figura borrosa: cuando se fue de la casa, Genyill todavía era muy pequeño. Al crecer, supo que un día Rosa lo corrió porque no aportaba para pagar las cuentas de la casa, a pesar de que siempre tenía dinero para beber. Después, ella montó un carrito de perros calientes con el que sacó adelante a sus hijos. Fue su forma de enseñarles el valor del trabajo honrado. Y la importancia de la familia: siempre fueron muy unidos: “Todos para uno; uno para todos”, les decía. 

—Yo sí voy a criar a esa niña o ese niño, como usted me crió a mí —le dijo emocionado al verla llorar de emoción. 

Su hija nació en 2015. Ese día, Genyill estaba tan nervioso que en la caja, mientras se ocupaba de los trámites para la admisión en la clínica, hasta se le olvidó su número de cédula. Ese día todo salió bien. Pronto, la criatura se convirtió en la niña de sus ojos: la cargaba, jugaba con ella y al menor síntoma de enfermedad, así fuera un resfriado, corría a llevarla al médico. Siempre estaba pendiente de que tuviera pañales y leche.

Los gastos que vinieron con la paternidad le hicieron ver que necesitaba más dinero. Por aquel tiempo Venezuela ya había entrado en una crisis económica: había inflación, escasez. Su sueldo ya no le alcanzaba. Por eso, comenzó a buscar trabajos extras. 

Un amigo lo contrató como ayudante en su taller mecánico. Iba a donde fuera que lo llamaran para trabajar: instaló griferías en obras de construcción, hizo trabajos de plomería con su suegro. Al ver que podía ganar más dinero por su cuenta, Genyill decidió seguir el ejemplo de Manuel: dejó el empleo en la multinacional para convertirse en su socio. Crearon una empresa juntos. Compraban al mayor insumos y productos; principalmente vasos plásticos, café y bebidas instantáneas de la multinacional en la que habían trabajado, y se los revendían a los clientes más importantes de esa compañía, quienes acudían a ellos cada vez que la empresa más grande estaba desabastecida, algo que era habitual en la Venezuela de 2016.

Entre el negocio con Manuel y sus trabajos ocasionales, Genyill logró multiplicar sus ingresos, y ahorró lo suficiente para comprarse una camioneta y otra moto. Para que la hiperinflación no mermara sus ganancias, empezó a comprar carros y motos que repotenciaba y luego revendía. 

Cada bolívar que ingresaba a sus cuentas lo cambiaba a dólares en efectivo.

Aunque estaba prosperando económicamente, en casa las cosas no iban tan bien: su relación con Susana se había deteriorado, y, cuando la hija de ambos tenía 1 año, decidieron separarse. Genyill empacó sus cosas y se fue a casa de su mamá, quien lo recibió con una advertencia: que no repitiera la historia, que no abandonara a su niña, porque “los hijos necesitan crecer con su padre al lado”. 

—Quédate tranquila, a la niña no le va a faltar nada. Yo siempre voy a estar con ella.

Genyill tenía varios meses viviendo con su mamá cuando Susana emigró a República Dominicana para trabajar y ayudar a sus padres. Fue una migración inesperada, pero a partir de entonces asumió la responsabilidad de cuidar a la niña. Solo a veces, cuando la pequeña se quedaba a dormir con la mamá de Susana, Genyill aprovechaba para salir a distraerse. En una de esas fiestas conoció a Karina, quien era amiga de Manuel. En algún momento comenzaron una relación que no duró mucho porque poco después, a mediados de 2017, la joven se fue a España. Como sabía que Genyill seguiría en Venezuela, le pidió que se quedara en la habitación donde vivía alquilada, pues había pagado un par de meses por adelantado.

Genyill vio en aquel gesto la oportunidad de independizarse. Después de un año viviendo con su mamá, se sentía como un adolescente cada vez que regresaba tarde a su casa y veía a Rosa esperándolo en la ventana.

Al cabo de un tiempo, Genyill comenzó también a considerar la migración. Se sentía un poco inseguro luego de que Manuel, su amigo, recibió una llamada de alguien que hablaba en nombre de un presunto colectivo armado de la Cota 905, uno de los barrios más peligrosos de Caracas, pidiéndole dinero. La persona que lo llamó sabía su nombre completo, que era empresario y dónde vivía. Lo amenazó con “llenarle la casa de plomo” si no les daba la “ayuda” que le pedían. Cuando le contó a Genyill, le insistió en que fuera más discreto, que no se exhibiera tanto.

Lo pensó mucho hasta que se decidió. Lo primero que hizo fue tratar de llegar a un acuerdo con Susana, que quería regresar para llevarse a la niña a República Dominicana. A él esa opción no le parecía, así que la convenció de irse a España. Le propuso que viajara ella primero desde la isla, y tiempo después él la alcanzaría con la hija de ambos: pensaba que para la pequeña lo mejor era crecer con sus padres en el mismo país. 

Genyill planificó irse a vivir en Salamanca con Manuel y Karina, quienes habían alquilado un apartamento y le reservaron una habitación. Siempre que hablaban, su amigo le recordaba que lo estaban esperando y que se apresurara a salir de Venezuela.

Aquel 11 de junio en que veían el programa de televisión donde comentaron sobre las ejecuciones extrajudiciales cometidas por la FAES, Genyill le contó a Rosa que ya tenía casi todo listo para irse a España. Susana por fin le había dado la autorización para salir del país con su hija, y Manuel iba a recomendarlo en la empresa de delivery donde trabajaba como repartidor.

Solo faltaba que la niña terminara el año escolar. 

Y para eso faltaban unas pocas semanas. 

Al notarla un poco triste, y él mismo sintiéndose invadido por la nostalgia por la separación inminente, le prometió a Rosa trabajar y ahorrar para mandarle los pasajes para que ella también se fuera. 

Esa noche, como la niña dormía con su abuela materna, Genyill se acostó temprano. Rosa había quedado en pasar por su casa al día siguiente, y le escribió para confirmar su visita y pedirle la bendición. 

“Dios te bendiga y te proteja, hijo”, leyó antes de dormirse.

Lo despertaron los golpes, un ruido metálico, alguien tumbando una reja. Después oyó a José, su casero, llamándolo. 

—Geeeenyil, la FAES está abajo…

Eran 12 funcionarios. Primero habían entrado en la casa de enfrente, donde le preguntaron a los inquilinos por él. Genyill vio la hora en su teléfono: eran las 4:30 de la madrugada del miércoles 12 de junio de 2019. 

Se puso una franela y corrió a asomarse en la ventana.

—No rompan la reja. Yo les abro —le gritó a los uniformados.

—Bueno, baja.

Al salir, Genyill detalló que eran dos mujeres quienes manipulaban la barra de hierro con la que habían tratado de forzar la reja; los demás eran hombres que portaban armas largas. Dejó entrar a los policías, tranquilo porque no tenía nada que esconder.

Lo empujaron, alguien le quitó sus llaves, lo hicieron arrodillar en la entrada de la casa con las manos esposadas.

Tres funcionarios entraron en la vivienda y sacaron a José apuntándolo con sus armas. Se miraron asustados, sin poder hacer nada. A Genyill le ordenaron levantarse, lo rodearon y lo hicieron entrar a la casa, que ahora estaba sola. No dejaban de repetir la misma pregunta: 

—¿Dónde está el dinero?

Lo golpearon en la cara. Registraron la sala, pateando los muebles y rompiendo cosas a su paso. Quisieron que los llevara a su habitación. Allí, uno de los policías sacó una navaja, rasgó el colchón y lo dejó a un lado…Rompieron una cartelera con fotos de la familia. Revolvieron ropa, perfumes, gorras y zapatos. Y se llevaron todo lo que pudieron en dos maletas. 

Buscaban dólares en efectivo. 

Desde la casa de enfrente donde los tres funcionarios lo mantenían retenido, José escuchaba el eco de lo que decían los policías que estaban en su casa, los golpes, las cosas que se rompían. Y sintió miedo al pensar que estaban torturando a Genyill. Oyó una primera detonación, seguida de un grito de auxilio. Más golpes y un segundo disparo: Genyill volvió a gritar. Desesperado, José miró su reloj: eran las 5:15 de la mañana. Después sonó una ráfaga de balas. José contó 8 disparos seguidos.

Y la voz de Genyill Chacón no se escuchó más.

Cuando su teléfono sonó con insistencia a las 6:00 de la mañana, Rosa pensó que era Genyill. Al contestar, una voz alarmada le avisó que algo había pasado con su hijo en Las Minas de Baruta, por lo que salió corriendo hacia allá. 

Cuando llegó, se encontró con cinco funcionarios de la FAES bloqueando la entrada a la casa. 

—¿Dónde está mi hijo?, ¿Por qué están aquí? —les preguntaba con rabia—. Él no es un delincuente, no está solicitado por ningún cuerpo policial, no tiene antecedentes penales.

Primero, no respondieron. Después le dieron respuestas distintas. Uno, le dijo que su hijo estaba herido dentro de la casa; al cabo de varias horas, otro insinuó que lo habían trasladado a un centro médico. Por eso, una prima de Genyill se fue a buscarlo al Hospital Domingo Luciani, a ver si estaba allí. Los médicos le confirmaron que, en efecto, más temprano, unos policías habían dejado un cadáver en la sala de emergencia. La llevaron hasta la morgue donde identificó el cuerpo. 

Eran las 9:00 de la mañana cuando llamaron para dar la noticia.

Rosa, al saberla, se desmayó. 

En el acta de defunción se atribuye la muerte de Genyill Chacón a un shock hipovolémico, el término clínico que se utiliza cuando alguien muere desangrado: “hemorragia interna por proyectil único al tórax”, dice el papel. 

Según cifras oficiales, entre 2016 y 2018 murieron 16 mil 280 personas por intervención de la fuerza pública, un promedio de más de 5 mil muertes anuales por estas causas. Desde 2019, Venezuela no cuenta con estadísticas sobre estas muertes institucionales. Ese mismo año, la organización Monitor del Uso de la Fuerza Letal en Venezuela (MUFLVEN) contó 3 mil 206 muertes por causa de la letalidad policial, la cifra anual más alta de la que tienen registro. En 36 por ciento de los casos, como en la historia de Genyill, hay participación de funcionarios de la FAES. En Las Minas de Baruta asesinaron a cuatro jóvenes ese mismo año.

Genyill fue uno de ellos.

Ante el estupor de la muerte, Rosa no dejaba de repetir la misma pregunta: “¿Por qué a mi hijo?”. Entonces recordó que el día anterior, viendo el programa “Vladimir a la una”, había escuchado sobre las ejecuciones extrajudiciales… había sido una odiosa y dolorosa premonición. Acaso una advertencia del destino que no pudo escuchar.

El expediente del caso, la versión oficial, dice que Genyill Chacón tenía un arma en la mano y huyó al ver a los policías, quienes lo persiguieron hasta su casa, donde se inició un enfrentamiento durante un operativo de seguridad. 

El día que Rosa fue a poner la denuncia en el Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas le preguntaron si Genyill de verdad estaba durmiendo. Ella respiró profundo y volvió a relatar la historia que le contaron: a su hijo le sembraron un arma para hacer creer que era un delincuente. Los funcionarios que lo mataron, dispararon al aire para fingir un enfrentamiento. Después se robaron la camioneta, la moto y todas las pertenencias de Genyill. En el clóset no dejaron ni sus interiores… De hecho, al recibir el cuerpo tuvo que mandar a comprar ropa para vestirlo para el funeral. 

Rosa comenzó a acudir a la Fiscalía 125 de Caracas dos veces por semana, para ver si había algún avance en las investigaciones sobre el asesinato de su hijo. Los fiscales nunca estaban o no la atendían. Cambiaron tres veces de fiscal.

—Señora, yo tengo muchos expedientes que revisar —le dijo la última.

Un día, comenzó a recibir llamadas anónimas con amenazas: le dijeron que si seguía denunciando e indagando iban a ir por ella y sus hijos. Por eso tuvo que salir de Venezuela y ahora vive en España, el país al que su hijo había prometido llevársela. 

En junio de 2022, Rosa recibió otro mensaje anónimo de alguien que decía ser inspector del CICPC. Afirmaba conocer la verdad detrás de la muerte de Genyill. A su correo electrónico llegaron varios documentos: los datos y las fotografías del funcionario que presuntamente le disparó a su hijo, y de dos mujeres que lo denunciaron en una oficina de la FAES, el 30 de mayo de 2019, aunque en los papeles que le enviaron no se especifica el motivo de la denuncia. 

También vio un registro de llamadas que coinciden con la fecha y la hora del asesinato, además de varias fotos donde aparece Genyill, su camioneta y la puerta del garaje al que llegaron los policías. 

Todos estos elementos contaban una nueva versión de los hechos.

Dos vecinas vigilaban a Genyill Chacón desde la ventana de la casa del frente. Le enviaban imágenes al funcionario para que lo identificara, y el día que ocurrió el crimen mantuvieron comunicación con él. 

El supuesto inspector del CICPC aseguraba que todo había sido un complot para robar a su hijo, y que los funcionarios no pensaban matarlo. Cuando Rosa le mostró los documentos que le habían enviado, Manuel, que es abogado, dudó de su autenticidad. Sin embargo, al revisarlos detenidamente encontró información que le pareció importante y algunas interrogantes sin resolver.  

El informe de la inspección técnica reveló que el cuerpo de Genyill Chacón presentaba siete heridas por arma de fuego, todas disparadas a corta distancia. Es decir, que no hubo ninguna persecución. Dos de las heridas dejaron un halo de quemadura.

¿Cuál es la conexión que existe entre dos vecinas de Las Minas de Baruta y el funcionario que presuntamente le disparó a Genyill? 

En julio de 2019, después de una visita al país donde conversó con los familiares de 20 víctimas de las FAES, Michelle Bachelet, quien entonces ocupaba el cargo de Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, sugirió al Estado venezolano disolver este cuerpo de seguridad y adoptar mecanismos independientes para investigar las presuntas ejecuciones extrajudiciales. 

Pero eso no ocurrió: la FAES solo cambió de nombre. Como lo explica detalladamente una de las investigaciones realizadas desde el MUFLVEN, “las siglas son transitorias, la política queda”, la FAES sigue operando bajo distintos nombres: DCDO, DIP, DIE, BTI, DAET…  

Mientras, junto a las Madres Poderosas —asociación de mujeres que perdieron a sus hijos y familiares en circunstancias similares—, sigue tratando de esclarecer todo lo que rodea la muerte de su muchacho, Rosa no deja de extrañarlo: recuerda que siempre la sacaba a bailar en las fiestas familiares, que a sus 31 años todavía se chupaba el dedo, y que a veces la abrazaba por la espalda y le hacía cosquillas.

Casi cuatro años después, el caso aún se encuentra en fase de investigación. Según el expediente el autor material ha sido identificado, sin embargo aún sigue en libertad y en ejercicio de sus funciones como policía. 

*El nombre de este personaje fue cambiado para proteger la identidad del niño. 

Esta historia fue desarrollada por La Vida de Nos en alianza con el Monitor del Uso de Fuerza Letal en Venezuela. Agradecemos el apoyo de la organización Madres Poderosas.